Desde que estás con la Fran Valenzuela estás más certero:
“En Chile la vida de un pobre no vale nada. ¿Cómo quieren que no lo quememos todo?”, decía Pérez en octubre de 2019.
“Nuestra escala de valores y principios no solo dista del gobierno anterior, sino que frente a una generación que nos antecedió”, proclamaba hace menos de un año el fundador de RD, Giorgio Jackson. Sus palabras eran y son absurdas. No hay generaciones más morales que otras, ni sectores políticos más o menos éticos. Apenas hay quienes ya están “donde haiga”, y quienes aún no han tenido acceso a tales mieles.
Por eso, la corrupción no se combate con proclamas morales, sino con instituciones sólidas, que fiscalicen el uso de las platas, y con acciones decididas cuando se descubre a los pillos de turno, que pueden ser jóvenes o viejos, de izquierda o de derecha.
Eso se espera del oficialismo, porque este es el primer gran escándalo de corrupción del gobierno Boric, pero no será el último. La reacción inicial de RD, sin embargo, fue vergonzosa, tratando de cortar el hilo por lo más delgado (por “don Carlos” y “don Daniel”), y proteger a los amigos de los amigos.
Ese es el camino que convierte a la democracia en una mera excusa de la viveza. En una palabra decorativa, acompañada de asteriscos y guiños que apenas disfrazan el descaro y la corrupción.
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Yo quiero hablar de cosas imposibles, porque de lo posible se sabe demasiado: Silvio Rodríguez